En
medio de una de las más bellas serranías de Andalucía a la que presta su nombre, encontramos la milenaria ciudad
de Ronda, donde se dieron cita desde los
Celtas que la fundaron con el nombre de “Arunda”, hasta los bandoleros que
hostigaron las tropas Napoleónicas, pasando por
griegos, romanos, musulmanes y
cristianos. Se ha dicho de esta
hermosísima ciudad malagueña que es a la vez alta y profunda, y os puedo
asegurar que en ella se cumplen estos
dos antagónicos adjetivos. Solo hay que acercarse a ella para comprobar que se
asienta sobre una alta meseta, que parte en dos la profunda garganta escavada en la piedra caliza por la acción
del tiempo y de las aguas del río
Guadalevín. Hace más de dos siglos que el hombre, unió las dos orillas que el
“Tajo de Ronda” mantenía separadas, construyendo una de las mejores obras de
ingeniería civil de su tiempo, el Puente Nuevo de Ronda, que desde entonces se
convirtió en la imagen más conocida de esta monumental ciudad.
No
fue el Puente Nuevo de Ronda, el primer intento
para unir las dos partes del “Tajo” por su parte más profunda. En el
siglo XVI ya se planteó esta necesidad, aunque por entonces los medios técnicos
no permitieron que llegara a realizarse. Dos
siglos después en 1734, se consiguió construir un puente de un solo arco
de medio punto, de nada menos que treinta y cinco metros de diámetro, todo un
logro de la ingeniería civil. Poco duró la euforia de este éxito del hombre y
pocos años después este puente se desplomó y cayó a las profundidades del
“Tajo”. Tras este fracaso no se dieron
por vencidos los Rondeños, que en 1759 ponen en marcha otro proyecto que permitiera unir las dos partes de la
ciudad que el tajo separaba. Se encargó del proyecto José Martin Aldehuela, el
prestigioso arquitecto Turolense, director de las obras de la Catedral de
Málaga. Acertadamente Martin Aldehuela,
no lucha con la naturaleza, sino todo lo
contrario, las magníficas trazas
de su colosal construcción se aúnan con la naturaleza, hasta tal punto que no
resulta fácil distinguir donde termina la obra de la naturaleza y donde empieza
la labor del hombre. Aun así no fueron pocas las dificultades técnicas con las
que se enfrentaron, pero al fin, en 1785
el Puente Nuevo de Ronda quedó terminado. Doscientos treinta años después
podemos disfrutar de su bella estampa que ofrecen, los tres cuerpos que en él
podemos distinguir. El inferior, la cimentación que lo sustenta, en la que se
abre un pequeño arco de medio punto que permite el paso de las aguas del río;
el segundo piso, una enorme estructura maciza que se apoya y confunde con las
paredes del tajo, albergando en su parte central un gran arco de medio punto; y
la parte superior del puente donde dos pequeños arcos de medio punto sostienen
la estructura sobre la que discurre la calle. Tan grande es la estructura de
este puente que en el interior de la parte superior se abrieron unas dependencias que antiguamente se
utilizaron como cárcel.
Terminare
el viaje de hoy, en la parte más alta del Puente Nuevo de Ronda donde a ambos
lados se abren unos balcones desde donde puedo sentir el vértigo de asomarme al
abismo de más de cien metros de
profundidad que se abre a mis pies. Sin
duda estas alturas no están hechas para las bellotas, mejor me despido de vosotros bajando al tajo pues
yo como soy pequeña estoy más cómoda mirando hacia arriba.
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