sábado, 28 de mayo de 2016

La Alberca (Salamanca)




En el Norte de la sierra de Francia, a 1084 metros de altura encontramos esta pequeña localidad, que hoy llamamos La Alberca y que antaño se llamó Valdelaguna. Es la localidad más famosa de la comarca de Las Batuecas. Gracias a que, a lo largo de los siglos ha sabido conservar, no solo la originalidad de sus calles, plazas y casas sino también el de sus costumbres y tradiciones arraigadas en el tiempo.
 



El nombre de La Alberca proviene de la combinación de un artículo árabe “al” con el termino hebreo “bereka”. Juntos forman “Al-Bereka” que podríamos traducir como lugar de aguas, y ciertamente lo es. Para llegar al origen de esta población nos tenemos que remontar a tiempos anteriores a la llegada de los romanos, ya que una parte del pueblo se asienta sobre un castro prerromano. También pasaron por aquí los visigodos, cuyos restos se reutilizaron para la construcción de la pequeña ermita de Majadas Viejas, situada en un oscuro bosque de aspecto mágico de robles y castaños en el camino hacia la vecina localidad de Mogarraz. En el siglo XIII esta villa dependía de la corona Leonesa, pero fue ya en el siglo XV cuando, Juan II la entregó a la Casa de Alba que agrupo este territorio bajo la jurisdicción de la villa Cacereña de Granadilla. Con la creación de las actuales provincias en 1833, La Alberca pasó a pertenecer definitivamente a la provincia de Salamanca y en 1940 se convirtió en el primer municipio español en obtener la distinción de Monumento Histórico Artístico. 


Más allá de toda la historia que esta villa encierra, en La Alberca encontraremos un remanso de paz, un lugar donde pasear por sus estrechas calles empedradas. Un lugar donde descubrir su arquitectura popular, que se ha mantenido inalterable durante siglos. En sus casas tradicionales aún se conservan los dinteles de las puertas con inscripciones religiosas, que al parecer gravaban sus moradores judíos para reafirmar su fe y evitarse problemas con la inquisición. Mención especial merece su espléndida Plaza Mayor, en la que encontramos un magnífico crucero, rodeado de bellas casas que lucen sus balcones repletos de flores de vivos colores. Aún nos falta algo, claro no podía faltar en la villa su parroquia, la iglesia de la Asunción, un bello templo del siglo XVII del que sobresale su esbelta torre, cuyo interior de tres naves cubiertas con bóveda de cañón, guardan un interesante púlpito de granito esculpido. Tan importante como sus edificios son las tradiciones que aún perduran tras muchos siglos, así cada día desde el siglo XVI, al oscurecer la “moza de las ánimas” recorre el pueblo, deteniéndose en cada esquina, donde toca una campana, que por aquí llaman esquila, a la vez que entona una plegaria por los difuntos y por las almas del purgatorio. No es solo está la tradición que aún perdura, también podremos encontrar un cerdo paseando libremente por las calles de la alberca que se alimenta con las sobras y desperdicios de todos los vecinos y que el día de San Antón lo rifan entre todos para realizar la tradicional matanza. Yo no me he acercado mucho porque me miraba con ojos golositos, y creo que no era para darme un besito sino un buen mordisco. 


Ah y si pasáis por aquí entre el 15 y 16 de Agosto, encontraréis en su plaza mayor las fiestas en honor de la Virgen de la Asunción, donde admirar los bailes y danzas de sus vecinos ataviados con sus coloridos trajes típicos. 

Si os quedan ganas podéis dar un paseo por sus alrededores, el parque natural de la Batuecas - sierra de Francia.


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