viernes, 20 de mayo de 2016

Torre de Mezquita-Catedral de Córdoba


“Córdoba. Lejana y sola. Jaca negra, luna grande, y aceitunas en mi alforja. Aunque sepa los caminos yo nunca llegaré a Córdoba. Por el llano, por el viento, jaca negra, luna roja. La muerte me está mirando desde las torres de Córdoba”. Así le cantaba a Córdoba el Jinete al que Federico Garcia Lorca le dio voz, cuando cabalgaba hacia esta bella ciudad al divisar sus torres en la lejanía.
Esta tarde visitaremos una de estas torres, la más alta de todas ellas, la más hermosa, la torre de la Mezquita Catedral de Córdoba. Durante muchos siglos la vida y la oración de los cordobeses ha estado marcada desde esta torre, lo hizo la melodiosa voz del muecín que los cristianos sustituyeron por el atronador y rítmico tañer de sus campanas. 

Mucha es la historia de esta torre, pues aunque luzca una imagen fresca y esbelta, podríamos decir que es ya una venerable anciana con más de mil años. No creáis que estoy haciendo honor a la fama de exagerados que tenemos los andaluces, en verdad son más de mil los años que hace desde que Abd al-Rahmán III, el mismo que construyo Medina Azahara, la levantará en el 952 según unos, o en 946 según otros. Aún se conserva parte de este viejo alminar, aunque embutido en la torre-campanario que podemos ver en la actualidad. Este antiguo alminar era de planta cuadrada, sus casi cuarenta y siete metros de altura estaban divididos en dos cuerpos, uno superpuesto al otro. El cuerpo inferior estaba rematado por arquillos de herradura sobre columnas, siendo el superior donde se situaban las dependencias de los almuédanos. A ella se ascendía a través de una curiosa escalera doble, una abierta a la calle, la otra al patio, de tal manera que solo se unían en lo más alto de la torre. Aquellas escaleras son las mismas que se siguen utilizando, y a juzgar por el desgaste que muestran sus escalones, han debido ser millones los pies que las han pisado. Con la llegada de los cristianos la mayor de las mezquitas de occidente fue transformada en catedral, y su alminar en campanario. Las obras de transformación se iniciaron en 1593 bajo las trazas de Hernán Ruiz III, que después del derribo de parte del alminar construyó el primer cuerpo de campanas. Estas obras continuaron en 1616, cuando Juan Sequero de Matilla levantó el cuerpo que alojaría la campana del reloj. Fue demasiado el peso que este último cuerpo añadió a la estructura, y poco faltó para que toda la torre se viniera abajo, si no es por la intervención de Gaspar de la Peña, que recubrió de piedra la parte inferior del antiguo alminar, y reforzó su interior para darle mayor estabilidad. Aún era “joven”, apenas si tenía setecientos años, cuando creció por última vez, fue en 1664 cuando quedó coronada por la imagen dorada del custodio de Córdoba el Arcángel San Rafael, alcanzando los cincuenta y cuatro metros de altura que luce hoy. 

Afortunadamente, después de estar cerrada durante muchas décadas, desde noviembre del 2014, podemos subir a la torre, y os aseguro que la imagen que contemplareis desde su altura quedará grabada en vuestra retina, al menos tantos años como tiene la torre más alta de Córdoba, y hasta ella trae el viento el canto del Jinete, “Córdoba lejana y sola …”

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