sábado, 16 de julio de 2016

Iglesia de la Vera Cruz, Segovia



La Iglesia de la Vera Cruz es una de las construcciones más bellas y exóticas del románico español, en la que tanto la extraña y sugerente estructura de esta iglesia como la oscura historia de su origen, la han envuelto, desde antiguo, en un halo de misterio
que no ha hecho sino acrecentar el interés por este singular templo, que desde 1919 ostenta el título de Monumento Nacional.


Tradicionalmente la construcción de esta iglesia ha sido atribuida a la orden del Temple, hipótesis que se apoya en su semejanza con las construcciones templarías del románico navarro como son las iglesias de Torres del Río y Santa María de Eunate. Sin embargo, en la actualidad, muchos autores defienden que fueron canónigos de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén quienes construyeron esta iglesia, apoyando esta hipótesis encontramos una lápida en el interior, que indica que fue consagrada el 13 de abril de 1208 bajo la advocación del Santo Sepulcro. Pocos años después el Papa Honorio III donó a este templó un trozo del “Lignum crucis”, por lo que desde entonces paso a llamarse iglesia de la Vera Cruz. En 1531 con la unificación de la orden del Santo Sepulcro, pasa a depender de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Durante siglos fue la Iglesia parroquial de Zamarramala, pero a finales del siglo XVII dejó de ejercer como tal, la falta de cuidados la llevó a un estado ruinoso, en el que permaneció hasta 1951. Fecha en la que es cedida a la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta que se encargó de su restauración, actualmente se ocupa de su conservación y custodia. 


La iglesia de la Vera Cruz tiene una estructura del todo singular dentro de los templos románicos de nuestro país. Su planta es poligonal de doce lados, aunque cuatro de ellos permanecen ocultos tras la torre y su hermosa cabecera de triple ábside semicircular. El exterior del templo es muy sencillo y sobrio, con escasos motivos decorativos en los que destacan los capiteles de su portada occidental donde encontramos algunas referencias a las tentaciones y pecados. La sencillez de su exterior se vuelve sorpresa al acceder al interior del templo y encontrarnos envueltos del embrujo del simbolismo cristiano en el que todo aparece girar en torno al número doce. Doce eran los apóstoles, doce las puertas de Jerusalén, doce las Tribus de Israel y doce los lados del centro de este templo que se une al perímetro exterior a través de una sencilla bóveda de cañón. Podemos acceder al interior de esta construcción central a través de uno de los cuatro arcos que se abren en él, o subir hasta la segunda planta desde la que observar el bello altar tallado en piedra de su ábside central. Es en este lugar donde se produce un efecto casi mágico y si permaneces en silencio te darás cuenta de que puedes oír el propio latir de tu corazón y escuchar el sonido de tus pensamientos.



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