sábado, 2 de julio de 2016

Sacro Castillo-Convento de Calatrava la Nueva


Aunque se tiene constancia de que en la edad del Bronce ya existían asentamientos humanos en la cima del cerro Alcranejo, donde se asienta, la historia de esta fortaleza comienza, cuando la orden del cister toma posesión de estos territorios, fundando aquí, en el año 1158, la Orden de Calatrava para su defensa frente a los árabes. Algunas hipótesis afirman que existió otro castillo anterior a este, el Castillo de Dueñas, que fue donado a la orden a comienzos del siglo XII, no siendo hasta después de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, cuando se construye la fortaleza actual, trasladándose definitivamente hasta él la Orden de Calatrava, que harían del Castillo de Calatrava la Nueva el núcleo central de su orden. Con el paso de los siglos se fueron añadiendo y reformando sus dependencias, hasta que sus funciones de defensa no fueron necesarias y pasó a estar dedicado a un uso estrictamente religioso, quedando habitado exclusivamente por frailes calatravos de clausura, aunque siempre se mantuvo en ella una guarnición militar, regida por un alcaide. En 1802 la orden se traslada a Almagro, pues la estructura del castillo estaba seriamente dañada desde el terremoto de Lisboa.

Su imponente aspecto me impresionó nada más verlo en la lejanía, mostrando su imagen recia y gallarda, que domina desde la cima del cerro, uno de los más importantes pasos naturales hacia Sierra Morena. Si de lejos me pareció grande, de cerca descubrí que no es grande, es enorme, pues sus murallas de mampostería de piedra y ladrillo, encierran una superficie de más de cuarenta y seis mil metros cuadrados. En el mismo momento en el que traspasé su primera puerta, la llamada “Puerta del Sol”, comprendí que esta visita sería verdaderamente interesante. Dos puertas más tuve que atravesar antes de entrar a la fortaleza, la del Palo y la de Hierro, pensando que es fácil hoy llegar hasta su interior pero, en la edad media, serían muchas las bajas que sufriría un ejército antes de conseguir tomar este castillo. En estas cavilaciones me encontraba cuando de repente me encontré en el centro de un patio, desde el que se accede tanto a las distintas dependencias de la fortaleza como a las del monasterio. Pasé un largo rato pensando en cómo sería la vida de los caballeros de la Orden de Calatrava en aquellos difíciles días, mientras recorría con la mirada y con la imaginación el comedor de los Caballeros, la hospedería, el matadero, los almacenes y hasta sus antiguas oficinas. Casi sin darme cuenta, descubrí que estaba frente a la portada de la iglesia en la que destacaba un inmenso rosetón construido en la época de los Reyes Católicos. Todos las imágenes de dolor y cruentas luchas medievales que momentos antes se agolpaban en mi cabeza, desaparecieron al instante cuando, ya en el interior de la iglesia me invadió una sensación de paz que pocas veces he sentido, al quedar rodeada de la sencilla y desnuda belleza de la arquitectura cisterciense. Sumergida en un contraste de lucha y de oración, de guerra y de paz ha transcurrido mi visita de hoy, pues así es el Sacro Castillo-Convento de Calatrava la Nueva, un lugar donde al tiempo resuenan los ecos metálicos del entrechocar de espadas y las voces de los monjes en sus cantos litúrgicos.

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